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Mostrando las entradas de noviembre, 2012

El Diluvio

Es que era la noche del diluvio. La tormenta, la lluvia… es lo que hace idénticas a todas las ciudades del mundo. Llueve, llovía como tantas veces, pero ésta, ésta sí era la noche del diluvio. Mario cerró por eso las ventanas de su casa. Para que no se metiera el fin del mundo, para evitar el desastre. Genoveva no prestaba atención al aguacero. Al fin y al cabo estaba oscuro y no veía mucho a la luz de las velas, derretidas y renegridas. Qué iba a saber ella del Apocalipsis, si ni siquiera había aprendido a leer. Quizá sabía leer la piel de Mario, pero ya ni de eso se acordaba. Hacía años que habían dejado de hablarse siquiera. Solamente compartían la casa, los frijoles de la olla, la miseria y la ciudad…esa ciudad ignorante y desabrida que no amaban. La miraba de reojo, en su ir y venir por la cocina, rumiando una canción, un bolero empolvado por las modas. El ruido del agua sobre las tejas era demasiado fuerte y el paseo eterno de Genoveva lo volvían loco. El café estaba hirviendo.