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Mostrando las entradas de enero, 2016

Del demonio y la tristeza de ser invisible

Es triste ser invisible. Existir sin estar y estar sin ser visto. La vida nos lleva siempre de la mano a los rincones más oscuros y a veces, a los más iluminados. ¿De qué depende ser invisibles o llenar un espacio con mera presencia? El demonio aprecia el silencio, mas no la indiferencia. El demonio conoce todo el tiempo que es tanto; tanto que no puede contarse en años. Lo ha sido todo. Lo ha aprendido todo. Y definitivamente es la vanidad. La vanidad es la mejor de las delicias. Saberse visto. Saberse deseado. No es la pasión lo que alimenta al ego. Es la vanidad; la consciencia de que se tiene el poder de manipular, hipnotizar, seducir hasta el último control de quien es sometido a la belleza sublime.  El demonio lo ha alcanzado. Algunas de sus existencias han desatado guerras; consumido almas y enterrado religiones. Todo por la hermosura de un cuerpo que a fin de cuentas se fue al carajo cuando llegó el momento de envejecer. El demonio se sabe invisible. La belleza no se encu