Para Rafael Santiago Érase una vez un pequeño duende que vivía en un bosque de los que todavía tienen muchos árboles. El duende era pequeñito, como del tamaño de un dedo pulgar; con las orejas redondas y la nariz puntiaguda. Gustaba de llevar un saco de terciopelo azul que ya estaba tan usado que estaba también repleto de parches que él mismo zurcía. El duendecillo se despertaba cada mañana con el primer rayo de sol y sacudía sus cabellos alborotados para ponerse después uno de esos gorritos con punta de bolita. Se ajustaba el pantalón y se lavaba la carita para ponerse a trabajar. A diferencia de otros duendes, Lamouse – así se llamaba nuestro amigo duende – tenía la costumbre de nunca echar mentiras. La mayoría de los duendes contaban mentiras casi siempre con la intención de obtener algo sin mucho esfuerzo de inocentes que encontraban en su camino. Pero Lamouse no creía en las mentiras. Cuando quería algo, trataba siempre de hacerlo con honestidad. Aquella mañana...
Cuentos y poesía por Liliana Kriegs: de los demonios, de los tiempos, del alma incesante.