Pasadas la horas, ya no se oían ni murmullos. La fiesta podía darse por terminada. Los borrachos se repartían por el piso sin hacer escándalo alguno y las vírgenes se habían retirado mucho antes a sus respectivos cuartos. Las otras medio vírgenes se habían agasajado con la última cumbia y las que ya de plano ni en la virginidad creían, estaban arrumbadas en las esquinas con los hombres desengañados. Los novios, metidos en un cuartito a tres cuadras del salón, todavía se besaban, se abrazaban, se decían ternuras por aquí y por allá. El suegro de él no conseguía dormir pensando en su angelito, haciendo quién sabe qué cosas con el marido (como si él nunca hubiera cogido alguna vez) y la suegra de ella no conciliaba el sueño, pensando en que a partir de ese día su querubín ya no tendría qué comer. Entre tanto enfermo de insomnio, el silencio parecía hasta extraño. El temblor había dejado a todos exhaustos. No había pasado a mayores, fue un temblorcito, pero nadie había dejado de hablar d...
Cuentos y poesía por Liliana Kriegs: de los demonios, de los tiempos, del alma incesante.