Los fantasmas no recuerdan, ni dejan vestigios de su existencia. Andan nada más. Aparecen de vez en cuando y te ocupan. Te hacen reír o llorar y al fin de cuentas no te acuerdas de para qué los conjuraste. Los fantasmas están arrumbados en alguna esquina y son desempolvados en ciertas épocas del año. No tienen ni lugar ni espacio propio, solamente viven en los suspiros de aquellos que aún los recuerdan con vida.
Y siguen siendo cuando no lo son más. Y se esfuerzan por darse a notar, aunque sólo lo consigan a destiempo. Qué dieran los fantasmas por transformarse en materia y llenarse de pétalos y alas de luciérnagas y abrazar a todo lo que extrañan del mundo que dejaron. Los fantasmas ríen y lloran en sus propias esquinas. Cuentan sus cuentos a otros que los escuchan... y esperan... a que los invoquen; a que los inviten... a que los extrañen...
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