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Del demonio que olvidó su nombre

Fui exorcizado en un Domingo de Pascua. Me acuerdo de éso como si hubiera sido ayer, aunque ya hayan pasado tantos años. Las cosas que vi aquella tarde no serán para olvidarse pronto. 

Había llegado al último cuerpo una tarde de Enero en las que ni siquiera había nieve. Los hombres estúpidos de la peregrinación me dejaron salir sin siquiera saberlo. Me les fui metiendo poco a poco en  una reliquia que llevaban cargando y ahí me quedé hasta que terminó su viaje. Fue la primera vez que dormí en años. Nadie se imagina lo que es andar errante, seco, solo. Lo que es no poder descansar porque de todos lados te corren y no te quieren dejar estar en ninguna parte. Nadie sabe lo que es vivir sin vivir y estar sin estar. Porque nadie te ve, a menos que los dejes.

Pero en la reliquia me quedé dormido como será que duermen los inocentes. Sin sueños ni remordimientos. Tan solo lo negro bajo los párpados y las ganas de seguir durmiendo apenas despertando. Me quedé ahí hasta que llegó Valentina.

Valentina tenía el pelo negro como el azabache y los dientes no tan blancos, pero ordenados. Siempre llevaba la mirada muda; sin secretos. Valentina venía a rezar a los piés de la reliquia todos los sábados por la tarde y yo me despertaba ebrio del olor de su cabello recién lavado. Después de varios meses, ya no aguanté más la desesperación de poseerla y me le metí en uno de sus suspiros profundos, que me llevaron a lo más intacto de su alma. Oh Valentina. La poseí por amor y nunca fui un demonio tan feliz. De repente ya no me importaba la eternidad en el destierro, si podría pasarla embriagado de Valentina. 

El problema conmigo fue que no pude contenerme a estar tan adentro sin tocarla de lleno. La deseaba demasiado día y noche y no me conformaba con el alma entera que me bebía. Valentina tuvo que ser mía y la convencí durante una noche calurosa cuando la seduje con tan solo hablarle de su propio cuerpo. Pobre Valentina, tan recatada y tan inocente. Tan ignorante de su propio poder de placer y deseo. Tan increíblemente entregada. Y yo pronunciaba su nombre entre las sábanas ensangrentadas.

Y ése fue el error. Oh Valentina, qué tonto y débil me hiciste. Siglos y milenios de resilencia fácil y ahí me tienen. Enamorado como un loco de Valentina que aterrada de tanto placer repentino, llamó a un cura para que la confesara. El cura aterrado recomendó que se sometiera a un exorcismo. Y ahí perdí a mi Valentina. 

No sé si se puedan imaginar lo que es que te traten de echar del lugar al que consideras el paraíso y además te arranquen lo que más quieres en la vida. Valentina lloraba. Imagínense mi furia. Luché con todas mis fuerzas de que no la lastimaran, pero fue inútil. Me perseguían; no me dejaban descansar ni un momento. Les tiré los muebles encima, rompí las ventanas y hasta les hice explotar las lámparas. Todo para que se asustaran y se fueran y nos dejaran en paz. Valentina mía y yo tan dentro de ella.

Y tal vez hubiera funcionado, si en una de las muchas peleas jadeantes, el cura no hubiera preguntado por mi nombre. Valentina se dio cuenta de que yo era para ella un extraño. No conocía el nombre de su ardiente amante ni la razón de todos sus pecados. Valentina entonces puso los ojos en blanco y se dirigió a mí en un susurro de diálogo interior:

- No conozco tu nombre. ¿Es que no me quieres?

Oh Valentina. ¿Cómo no iba a quererte? Si te amo con locura. Y fue ahí que grité mi nombre para probar mi amor. Sin pensar. Dando pruebas de amor así. Por puro amor. 

El cura me exorcizó entonces sin mayores problemas. Hay poderes que ni siendo demonio antiguo podemos ignorar y menos después de haber sido traicionado por el amor mismo. Valentina lloraba. Le dije adiós y dejé su cuerpo para siempre. Tan limpio, los senos tan redondos y el vientre tan dulce. 

La agonía casi me hizo pedazos. Vagué por meses entre las sombras y compartiendo la basura que dejan los desdichados. Me negué a probar suerte poseyendo otra gente. Yo solo quería a mi Valentina. Y ella me había echado para siempre.


Ya no recuerdo mi nombre. Fue la causa de toda mi desdicha. Mi nombre no importa más. El único recuerdo que quiero conservar, es el olor del pelo recién lavado de Valentina.

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