Hablarte de mi juventud
es como hablarte de otra vida.
Aquélla en la que no estuviste;
aquélla en la que no existías.
El eco de nuestra existencia,
la monotonia del paso de los días.
Aquellos días llenos de milagros,
de despertares y algarabías.
Aquellos días de insensato ensueño,
de alegrías y tristezas
moralejas suaves y juergas.
De cafés reciclados
y poesia de promesa.
Ojalá me hubieras visto,
ojalá me hubieras conocido.
Te habría cautivado
con toda la sutileza
de mi identidad incierta.
Fui exorcizado en un Domingo de Pascua. Me acuerdo de éso como si hubiera sido ayer, aunque ya hayan pasado tantos años. Las cosas que vi aquella tarde no serán para olvidarse pronto. Había llegado al último cuerpo una tarde de Enero en las que ni siquiera había nieve. Los hombres estúpidos de la peregrinación me dejaron salir sin siquiera saberlo. Me les fui metiendo poco a poco en una reliquia que llevaban cargando y ahí me quedé hasta que terminó su viaje. Fue la primera vez que dormí en años. Nadie se imagina lo que es andar errante, seco, solo. Lo que es no poder descansar porque de todos lados te corren y no te quieren dejar estar en ninguna parte. Nadie sabe lo que es vivir sin vivir y estar sin estar. Porque nadie te ve, a menos que los dejes. Pero en la reliquia me quedé dormido como será que duermen los inocentes. Sin sueños ni remordimientos. Tan solo lo negro bajo los párpados y las ganas de seguir durmiendo apenas despertando. Me quedé ahí hasta que ll...
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