Cuando la casa se quedó sola, se podía escuchar el rumoreo de las plantas. Los cantos de los grillos; los aleteos de los zancudos y las libélulas. Y su risa...
Julieta y Armando habían buscado ya por todas partes. Cuando se despertaron en la madrugada nerviosos por el silencio. Julieta había revisado la cajita de cerillos y estaba vacía. Armando había sacado la lupa del cajón de la mesa de noche para asegurarse de que no se había caido de la cama... pero nada... No había rastros de Cito en toda la casa. Julieta sentía que se le estaba rompiendo algo adentro. Como cuando se cae un plato y se mira en cámara lenta todos los trozos respingar en el piso.
Se habían ido a dormir con la certeza de que Cito estaba tranquilo... pero es que el muchachito no tenía llenadero, decía la nana... quería seguir jugando todo el santo día.
Había llegado a la casa de Julieta y Armando en día de verano cuando no había mucho que hacer. Julieta había estado tantas tardes sentada en el pozo del patio hablándole a la luna, a las estrellas, a las flores y a la lluvia, pidiéndoles que le trajeran un hijo. Con el vientre seco y la voluntad marchita, Julieta desesperó entristecida y dejó de cantarle a los astros una tarde así nada más. Haciendo la limpieza, sintió las náuseas y las contracciones al mismo tiempo - corrió al baño donde apenas si pudo desprenderse del vestido y a gritos llamó a Armando quien sin poder creerlo, recibió en una sola mano al recién nacido más perfecto - y pequeño - que hubiera visto jamás. Y de ella salió la idea de hacerle una cama en la caja de cerillos y taparlo con el limpiador de los lentes que usó a partir de aquel día para no perderlo de vista. Y aún así, el condenado se le había escapado. Y ahora Julieta lo seguía buscando, debajo de las amapolas y detrás de los muebles. Ya no sabía si la risita que escuchaba era tan sólo el eco que había quedado impregnado en las paredes o de verdad lo escuchaba en la casa.
Cito se había encontrado a una libélula, un grillo y una que otra mariposa. Pero esa mariposa era tan azul y tan pequeñita, que Cito no podía dejarla ir así nada más... y se había trepado en ella y estaba ahora sentado en una nube sin saber cómo bajarse. Escuchaba los gritos de Armando y Julieta, pero por más que gritaba para responderles, no lo escuchaban. Ya tenía hambre y frío y lo único que quería era senti el calor del pulgar de Julieta y poder dormir en paz. Las nubes son acolchonadas, pero no tan cómodas... y además los aviones hacían mucho ruido. Deseperado, hambriento y con la sensación de que se hacía tarde, se echó a llorar.
Julieta y Armando habían buscado ya por todas partes. Cuando se despertaron en la madrugada nerviosos por el silencio. Julieta había revisado la cajita de cerillos y estaba vacía. Armando había sacado la lupa del cajón de la mesa de noche para asegurarse de que no se había caido de la cama... pero nada... No había rastros de Cito en toda la casa. Julieta sentía que se le estaba rompiendo algo adentro. Como cuando se cae un plato y se mira en cámara lenta todos los trozos respingar en el piso.
Se habían ido a dormir con la certeza de que Cito estaba tranquilo... pero es que el muchachito no tenía llenadero, decía la nana... quería seguir jugando todo el santo día.
Había llegado a la casa de Julieta y Armando en día de verano cuando no había mucho que hacer. Julieta había estado tantas tardes sentada en el pozo del patio hablándole a la luna, a las estrellas, a las flores y a la lluvia, pidiéndoles que le trajeran un hijo. Con el vientre seco y la voluntad marchita, Julieta desesperó entristecida y dejó de cantarle a los astros una tarde así nada más. Haciendo la limpieza, sintió las náuseas y las contracciones al mismo tiempo - corrió al baño donde apenas si pudo desprenderse del vestido y a gritos llamó a Armando quien sin poder creerlo, recibió en una sola mano al recién nacido más perfecto - y pequeño - que hubiera visto jamás. Y de ella salió la idea de hacerle una cama en la caja de cerillos y taparlo con el limpiador de los lentes que usó a partir de aquel día para no perderlo de vista. Y aún así, el condenado se le había escapado. Y ahora Julieta lo seguía buscando, debajo de las amapolas y detrás de los muebles. Ya no sabía si la risita que escuchaba era tan sólo el eco que había quedado impregnado en las paredes o de verdad lo escuchaba en la casa.
Cito se había encontrado a una libélula, un grillo y una que otra mariposa. Pero esa mariposa era tan azul y tan pequeñita, que Cito no podía dejarla ir así nada más... y se había trepado en ella y estaba ahora sentado en una nube sin saber cómo bajarse. Escuchaba los gritos de Armando y Julieta, pero por más que gritaba para responderles, no lo escuchaban. Ya tenía hambre y frío y lo único que quería era senti el calor del pulgar de Julieta y poder dormir en paz. Las nubes son acolchonadas, pero no tan cómodas... y además los aviones hacían mucho ruido. Deseperado, hambriento y con la sensación de que se hacía tarde, se echó a llorar.
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