El demonio se ha detenido en el umbral del templo a sacar la última fumada de las entrañas . Ha estado pensando mucho en esto. Parece una eternidad. Tal vez lo sea. La idea de confesarse la viene rumiando como vaca de establo desde la última vez que estuvo cerca de ella y no se atrevió a acercarse.
Qué tristeza tan grande, pensaba el demonio en una de sus voces quedas, que nadie conoce. Será que la vida errante me está calando en los huesos? O será tal vez la culpa negra que se me embarró en la piel?
Abrió la puerta de la iglesia y entró no sin ponérsele la piel de gallina. La verdad de los demonios es que nunca dejan de hablar con Dios. Sólo que no siempre están de acuerdo.
El confesionario estaba vacío. Perfecto. Los hombres no entienden los placeres y culpas de los demonios. Siempre culpan al mal que los seduce y nunca al cabrón-sí-mismo que acaba haciendo lo que se le da la gana.
No vine a pelear, dijo el demonio con la voz cansada. Se sentó en el confesionario y cerró los ojos. Su voz verdadera hablaba con calma: "Nunca dije ciertas cosas. No las dije, porque tuve miedo de hacerte daño. Para ser un demonio como yo, hay que ser una miseria siempre. Estoy condenado. Muy condenado. Me condenaron a errar y maldecir y vivir en eterna soledad. Y ahí me encontraste. En el pozo más profundo de perdición y tristeza. Hecho pedazos de muchas maneras. Encadenado a un ser vil y agotador. Me encontraste poco a poco. Sonreíste. Mira, hasta lloro de acordarme de la primera vez que me dejaste tocarte y supe entonces todo lo que perdería para siempre, porque nunca más te podría dejar de pensar. Soy un demonio, chingado. Un demonio a tus pies, bajo tu falda, entre tus sábanas. Nunca te dije que lo que hubiera parecido cobardía, fue el único acto de valentía del que me puedo jactar. No te dije nunca que la vida que te esperaba era mucho más hermosa que permanecer atada a un demonio jodido y encadenado. Cambiarte? Nunca. Jamás. Siempre serás perfecta, tal como lo fuiste y lo serás mañana. Nunca te dije que mi pecado pasó a más de lo que tú sentiste. Nunca supiste. Los seres viles no merecen ni siquiera mirar tu rostro. Yo no soy un ser vil, pero si un demonio incompleto. "
Las velas del altar se apagaron de un ventarrón interrumpiendo al demonio. Mierda, pensó, dejé la puerta abierta. Con una mirada y lleno de pesar aventó la puerta creando un eco incesante y solemne. Estoy aquí, pensó el demonio. Y ni siquiera es el fin de mi camino.
"Te confieso que estuve dormido mucho tiempo. Las cadenas se cubrieron de herrumbre. Vi la oportunidad y la usé. Anduve por las calles. Tantas veces por debajo de tu ventana. Te escuché hacer el amor en otros brazos. Te sentí radiar la felicidad sin culpa y sin miedo de la que te privé. Soy un demonio, sí. Pero no soy de palo. A lo largo de mi eterno ir y venir, me he visto atada a un sinfín de seres. La mayoría hasta ha perdido su nombre en mi memoria. Tu nombre lo sabe cada una de mis voces. A veces pienso que si llegaran a tratar de exorcizarme de algún cuerpo insensato, acabaría gritando tu nombre, que al perecer es el único que recuerdo.
Tengo que confesarte que no fue lo que pensaste. Soy el demonio que conociste. Tal cual. Tengo que confesarte que no te dije nunca, que los demonios aman a morir y morir fue lo que no pude darte. Con las manos llenas de tí, de la vida que nunca fue mía. Te confieso que estoy parado cerca de tus pasos y te escucho reír al otro lado de la penumbra. Yo, demonio de oscuridad y fuego, nunca te dije que te amé tanto. Te vi dudar; titubeaste. Te vi resquebrajarte, confundirte - tambaleaste. Meterme en tí no fue una buena idea. Te robé por un momento tu fundamento. Nunca te lo dije - pero lo sentí y me quebré contigo. Te seguí por las mañanas. Por las tardes al café. No me viste. No me sentiste. He estado ahí sin tocarte, sin hablarte. Nunca te dije que soy un demonio. Pero tal vez lo supiste todo el tiempo."
El demonio se cubrió la cara con las manos callosas. Echarse a llorar también es de demonios. Dios permite llorar; también a los castigados.
La puerta se volvió a abrir. El viento silbando. El demonio prendió una vela con los dedos, dejando el templo inundado de todas las cosas que nunca se dijeron.
Qué tristeza tan grande, pensaba el demonio en una de sus voces quedas, que nadie conoce. Será que la vida errante me está calando en los huesos? O será tal vez la culpa negra que se me embarró en la piel?
Abrió la puerta de la iglesia y entró no sin ponérsele la piel de gallina. La verdad de los demonios es que nunca dejan de hablar con Dios. Sólo que no siempre están de acuerdo.
El confesionario estaba vacío. Perfecto. Los hombres no entienden los placeres y culpas de los demonios. Siempre culpan al mal que los seduce y nunca al cabrón-sí-mismo que acaba haciendo lo que se le da la gana.
No vine a pelear, dijo el demonio con la voz cansada. Se sentó en el confesionario y cerró los ojos. Su voz verdadera hablaba con calma: "Nunca dije ciertas cosas. No las dije, porque tuve miedo de hacerte daño. Para ser un demonio como yo, hay que ser una miseria siempre. Estoy condenado. Muy condenado. Me condenaron a errar y maldecir y vivir en eterna soledad. Y ahí me encontraste. En el pozo más profundo de perdición y tristeza. Hecho pedazos de muchas maneras. Encadenado a un ser vil y agotador. Me encontraste poco a poco. Sonreíste. Mira, hasta lloro de acordarme de la primera vez que me dejaste tocarte y supe entonces todo lo que perdería para siempre, porque nunca más te podría dejar de pensar. Soy un demonio, chingado. Un demonio a tus pies, bajo tu falda, entre tus sábanas. Nunca te dije que lo que hubiera parecido cobardía, fue el único acto de valentía del que me puedo jactar. No te dije nunca que la vida que te esperaba era mucho más hermosa que permanecer atada a un demonio jodido y encadenado. Cambiarte? Nunca. Jamás. Siempre serás perfecta, tal como lo fuiste y lo serás mañana. Nunca te dije que mi pecado pasó a más de lo que tú sentiste. Nunca supiste. Los seres viles no merecen ni siquiera mirar tu rostro. Yo no soy un ser vil, pero si un demonio incompleto. "
Las velas del altar se apagaron de un ventarrón interrumpiendo al demonio. Mierda, pensó, dejé la puerta abierta. Con una mirada y lleno de pesar aventó la puerta creando un eco incesante y solemne. Estoy aquí, pensó el demonio. Y ni siquiera es el fin de mi camino.
"Te confieso que estuve dormido mucho tiempo. Las cadenas se cubrieron de herrumbre. Vi la oportunidad y la usé. Anduve por las calles. Tantas veces por debajo de tu ventana. Te escuché hacer el amor en otros brazos. Te sentí radiar la felicidad sin culpa y sin miedo de la que te privé. Soy un demonio, sí. Pero no soy de palo. A lo largo de mi eterno ir y venir, me he visto atada a un sinfín de seres. La mayoría hasta ha perdido su nombre en mi memoria. Tu nombre lo sabe cada una de mis voces. A veces pienso que si llegaran a tratar de exorcizarme de algún cuerpo insensato, acabaría gritando tu nombre, que al perecer es el único que recuerdo.
Tengo que confesarte que no fue lo que pensaste. Soy el demonio que conociste. Tal cual. Tengo que confesarte que no te dije nunca, que los demonios aman a morir y morir fue lo que no pude darte. Con las manos llenas de tí, de la vida que nunca fue mía. Te confieso que estoy parado cerca de tus pasos y te escucho reír al otro lado de la penumbra. Yo, demonio de oscuridad y fuego, nunca te dije que te amé tanto. Te vi dudar; titubeaste. Te vi resquebrajarte, confundirte - tambaleaste. Meterme en tí no fue una buena idea. Te robé por un momento tu fundamento. Nunca te lo dije - pero lo sentí y me quebré contigo. Te seguí por las mañanas. Por las tardes al café. No me viste. No me sentiste. He estado ahí sin tocarte, sin hablarte. Nunca te dije que soy un demonio. Pero tal vez lo supiste todo el tiempo."
El demonio se cubrió la cara con las manos callosas. Echarse a llorar también es de demonios. Dios permite llorar; también a los castigados.
La puerta se volvió a abrir. El viento silbando. El demonio prendió una vela con los dedos, dejando el templo inundado de todas las cosas que nunca se dijeron.
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