Me pesan los años. Ya estoy arrugada y más usada que la Mentada de Madre. Ya perdí la cuenta de la gente que conocí a lo largo de mi vida; de los trabajos que tuve y de las pendejadas que hice. Lo único que me ha quedado, es el demonio que me acompaña. Tiene los ojillos brillantes, negros como la noche en el campo y la boquita pequeñita y seca, siempre seca. Me sigue a todas partes. Me sigue y me dejo seguir. Ya no sabría qué hacer sin tenerlo cerca.
Mi demonio se llama Lorenzo. Por lo menos eso me dice. No hay que creerle al desgraciado. Siempre bien atenta viendo lo que hace. Me platica cuando nadie se da cuenta. No entiendo por qué nadie le pregunta nada. Ayer el muy méndigo me dijo que me bañara, que la gente me sacaba la vuelta porque olía mal. Yo no le hago caso. Es un envidioso. Es un demonio, pues.

Pero es mi compañero y me habla. Tenemos algo en común. Nuestro amor por la música. Me lleva a los bailes. Me saca de mis casillas, pero ahí voy. Me quedo en la orilla de la plaza escuchando la música, viendo a la gente moverse; sentir el ritmo. Don Lorenzo Demonio es todo un caballero. Se inclina, toma mi mano y me lleva al centro de la pista de baile. Le gusta el danzón más que cualquier otra cosa. Dice que le recuerda a la esperanza de terminar algún día de vagar por el mundo: le recuerda al cuerpo y a la carne. Al sabor salado de las pieles en la cama. A la muerte que no le llega. Al pasado que no es suyo y al olor a viejo, como sus achaques. Yo no me acuerdo de éso. Se me acabó la memoria la mañana en que Lorenzo llegó a mi vida. Tal vez antes no lo veía. Pero me gustó que me dijera que me parezco a Marga López. Mentirosillo.
El demonio sabe bailar. La gente nos da espacio para que podamos movernos a nuestro antojo. Veo en sus ojos la sorpresa; siento que vuelo en los bracillos peludos del demonio pachuco. Nadie nos habla, nadie nos molesta. Cuánta verdad hay en que la gente ya sabe que vive en el infierno y se acostumbra a ver diablos por dondequiera.
Me canso pronto. Ya estoy vieja, pues. Tengo muchos años de andar y muchos de bailar. A veces me pregunto si la vida que tuve antes no era más que una mentira. Juan Decente... Decente mis huevos! Siempre tan vestido, tan ocupado. Lo único que hacía era meterme los cuernos y vagar por ahí y luego regresar a pelear a la casa a recordarme lo fea que soy. A veces me acuerdo de su cara, pero luego miro a Don Lorenzo y se me olvida. Lo matamos, dice el demonio. Yo no me acuerdo. Dice que por su culpa tengo el brazo chueco y no puedo oir. De los golpes que me dio. Pero yo no me acuerdo. Si lo matamos, ojalá lo hayamos tirado al barranco a que se lo comieran los perros y zopilotes. Para que no regrese nunca; ni como alma en pena.
El demonio me jala del brazo. No le gusta que me distraiga en mis memorias. Dice que es mejor seguir bailando y olvidar y olvidar, al compás de "Almendra", nuestro danzón.
Mi demonio se llama Lorenzo. Por lo menos eso me dice. No hay que creerle al desgraciado. Siempre bien atenta viendo lo que hace. Me platica cuando nadie se da cuenta. No entiendo por qué nadie le pregunta nada. Ayer el muy méndigo me dijo que me bañara, que la gente me sacaba la vuelta porque olía mal. Yo no le hago caso. Es un envidioso. Es un demonio, pues.

Pero es mi compañero y me habla. Tenemos algo en común. Nuestro amor por la música. Me lleva a los bailes. Me saca de mis casillas, pero ahí voy. Me quedo en la orilla de la plaza escuchando la música, viendo a la gente moverse; sentir el ritmo. Don Lorenzo Demonio es todo un caballero. Se inclina, toma mi mano y me lleva al centro de la pista de baile. Le gusta el danzón más que cualquier otra cosa. Dice que le recuerda a la esperanza de terminar algún día de vagar por el mundo: le recuerda al cuerpo y a la carne. Al sabor salado de las pieles en la cama. A la muerte que no le llega. Al pasado que no es suyo y al olor a viejo, como sus achaques. Yo no me acuerdo de éso. Se me acabó la memoria la mañana en que Lorenzo llegó a mi vida. Tal vez antes no lo veía. Pero me gustó que me dijera que me parezco a Marga López. Mentirosillo.
El demonio sabe bailar. La gente nos da espacio para que podamos movernos a nuestro antojo. Veo en sus ojos la sorpresa; siento que vuelo en los bracillos peludos del demonio pachuco. Nadie nos habla, nadie nos molesta. Cuánta verdad hay en que la gente ya sabe que vive en el infierno y se acostumbra a ver diablos por dondequiera.
Me canso pronto. Ya estoy vieja, pues. Tengo muchos años de andar y muchos de bailar. A veces me pregunto si la vida que tuve antes no era más que una mentira. Juan Decente... Decente mis huevos! Siempre tan vestido, tan ocupado. Lo único que hacía era meterme los cuernos y vagar por ahí y luego regresar a pelear a la casa a recordarme lo fea que soy. A veces me acuerdo de su cara, pero luego miro a Don Lorenzo y se me olvida. Lo matamos, dice el demonio. Yo no me acuerdo. Dice que por su culpa tengo el brazo chueco y no puedo oir. De los golpes que me dio. Pero yo no me acuerdo. Si lo matamos, ojalá lo hayamos tirado al barranco a que se lo comieran los perros y zopilotes. Para que no regrese nunca; ni como alma en pena.
El demonio me jala del brazo. No le gusta que me distraiga en mis memorias. Dice que es mejor seguir bailando y olvidar y olvidar, al compás de "Almendra", nuestro danzón.
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