El primer demonio le habló al pasar por la estación del metro. Su cabeza, tan llena de pájaros, se dispensó de sus funciones por un momento y decidió subirse al primer tren que pasara para ir a buscarlo. No es que necesitara alguna razón especial; simplemente el demonio la guiaba con un sinfín de promesas. Y ella se dejaba llevar.
Al llegar no lo encontró donde pensaba. El lugar estaba tan lleno de gente conocida, que no supo de dónde sacar los pretextos necesarios para escabullirse, para preguntar por él; para buscarlo sin tener que dar explicaciones detalladas. Sentía que la miraban feo, como si fuera una extraña. Y lo que pasa es que lo era, una extraña. Qué más da – pensaba – si lo que quiero es verlo, tocarlo, sentirlo, tal vez hasta callar para martirizarme. Demonio, no me hables tan fuerte que me zumban los oídos.
Lo vio bajar de una escalera lateral y con la mirada le reprochó el que no hubiera estado desde el comienzo del universo esperando su llegada. Las sorpresas en esos encuentros no deberían de ser más que juegos insensatos del destino.
Él llevaba la camisa negra arremangada; y en el momento en que se cruzaron sus miradas, Rosario pensó en las arrugas que tendría su cara antes que la de él…pero igual así se echó a sus brazos, como si tuviera quince años y estuviese mirando de lejos al primero de todos sus amores.
Él la miró confundido y quiso irse con ella, como si pensaran escapar por un momento, o quizá para siempre de todo lugar y de todo tiempo. Los demonios, todo en conjunto, los acompañaban risueños. Se contaban chistes unos a otros y apostaban prontamente cada vez que los amorosos perdían una palabra y se la regalaban al silencio.
Se envolvían en cálidos apretones de manos, con el calor que viene después de un chubasco, con un sol ardiente, con los sudores del cuerpo marcados en las ropas. Qué haces, no sé, no me preguntes. Te amo, y yo a ti, y si el tiempo nos alcanza. Pero si el tiempo nos persigue. Quería verte y yo me muero por tocarte, pero en secreto, no te lo digo, tan sólo lo pienso. Y los demonios partiéndose de risa a carcajadas en su cabeza. Rosario lo miraba y lo sentía más cerca que de costumbre, tan real de repente, tan fuera del mundo ultradimensional que se habían concebido. Quisiera besarte. Bésalo, gritaban los demonios excitados. Pero no puedo, puedo yo acaso? Ten paciencia, no me hables, pero si no he dicho nada, si nunca digo nada. Hablando sin hablar, Rosario tan solo escuchaba a ciencia cierta a los demonios que habían hecho un círculo a su alrededor y la hostigaban.
Él tomo su mano por un segundo y ella luchó consigo misma por toda una eternidad atrapada en ése mismo segundo. Un beso, el que te doy, el que nunca he sentido, recíbelo, lo recibo como símbolo de todos los deseos que hemos dejado morir en este instante. No me imaginaba, no mientas, que sé que nunca pensaste en otra cosa, si te amo te beso, te beso y te amo, y todo al mismo tiempo, rompiendo lazos lógicos de tiempo y especio, libertad, odio amor y locura, la locura de los demonios que trajiste contigo.
Después la paz, el silencio, nada más que el jardín, los helechos y una rata que corrió haciendo crujir la hojarasca. Sus ojos y Rosario, la Rosario parada en la esquina bailando en la lluvia. Y tú tan callado, tan tuyo, porque no te das, porque siento que te he hecho daño, porque siento que acabo de marcar tu vida y la mía – que vuelvan los demonios, que me culpen y me atormenten…Nada, tan solo la paz ausente de su silencio. Su mirada transparente reflejando tu rostro, Rosario; tan sólo tu rostro y tal vez el brillo de tu pelo. Comparte conmigo tus sueños, déjanos escapar de este lugar y déjanos vivir a destiempo, simplemente dejemos de existir aquí. Me tengo que ir, no te vayas, quédate así siempre, no te quedes, no te puedo pedir que te quedes, no me marcho, mañana, mañana moriremos de amor para no dejarnos, pero tú vivirás porque tienes los años, a mí se me irán acabando.
Enterremos juntos la espera; enterremos los demonios. Que le hablaban a Rosario al oído, burlándose, llamándola cobarde. Vámonos, me voy y te vas, sí, pero no todavía, ahora solo al metro, sólo al mundo real a visitar a la Rosario de ayer. No te entiendo, no es necesario… descansa, pues, descansa.
Por la noche se despertó en medio del silencio, del vacío y escuchó su voz envuelta, endulzada, impertinente, quizá quebrada…con la propia cara del mayor demonio, interrumpiendo tanta nostalgia: Rosario con ganas de llorar. Los zapatos no le entraban, salió descalza a su encuentro… y los años, Rosarito, dónde escondiste los años, dónde andas Rosarito hablándole de amor a los poetas?
Se acostó a morir en vida, pero con un día de por medio, el día en que enterraremos los demonios y seremos libertad. Y te dormiste Rosario, soñándolo a tu lado, o le dijiste adiós aquella noche al verso más triste que escribiste jamás?
Se le fueron acumulando las lluvias, entre recuerdo y anhelo, entre realidad y ensueño se la fue comiendo el amor, la angustia. Todos los demonios haciéndole el amor a media luz, en un amanecer incierto, con olor a un adiós predestinado…
El camposanto lo encerraba todo, te diría adiós si pudiera, no me digas nada, no calles, callo. Naturaleza muerta, tan compartida de repente, Rosario ensimismada enterrando demonios como una histérica, y él en la paz de su sosiego, tan apacible, tan sereno. Te envidio, te odio, te amo a la vez…
Y cae la noche, la Noche de los Amorosos que no duermen, que temen que se los trague el tiempo y nos los deje soñar despiertos.
Y tus manos, dónde están las mías, porque te siento, Rosario, te siento mía. Y el olor a papaya de tu pelo, Rosario, me lo das? Llévate todo lo que soy, lo que he sido. No, Rosario, no olvides lo que eres, eres luz, sol, mar, estrella, firmamento en vela…Insomnio, Rosario, tu condena.
Y los demonios enterrados, las manos vastas, llenas de carne, de sudor humano, de vísceras y eternas promesas de dos. Y tú Rosario, qué prometes, qué das a cambio de lo que recibes: te vas, te vas como te fuiste tantas veces, aunque le dejes todo lo que eres y piensas morir después?
Amanece. Tendría que amanecer. Rosario se limpia las lágrimas, serían las primeras o las últimas del resto de su vida. Recoge retazos de telas impregnadas de recuerdos, de aromas regalados, esculpidos, tatuados de anhelos inciertos. Te los dejo, lo único que pudiste tener de mí, de mi cuerpo. Te lo dejo cuando ya no existo más en tu constelación. Y Rosario se esconde de la gente, sabe que cada tormenta tendrá su desengaño, que llevará marcadas las huellas de sus esperanzas, y se va.
Se va Rosario, como se fue tantas veces, a dejarlo solo, llevándose sus años, sus victorias y fracasos, pensando en el día, en la hora en la que se abran los recuerdos para regresar al silencio y soñar despierta, sin demonios ni palabras.
Te vas, te fuiste Rosario, no te espero, espera tú a que te vuelvas vieja y añores lo que fuiste… No me dejes solo, Rosario, háblame por última vez y dime: qué es el amor?
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