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Negru

Negru no es un nombre común para un perro como yo. Me acuerdo que así me llamaron alguna vez, cuando recuerdo también haber abierto los ojos en una esquina del Bulevardul Aviatorilor. Soy hijo de la Perra Madre – no sabemos su nombre. Somos solamente Hijos de la Calle. Nos hicieron por coincidencia y sin amor en algún parque de la ciudad; rodeados de ruidos y peligros inminentes. Somos los Hijos de la Ciudad – esta ciudad vieja y llena de historias que contar.

Mi vida es simple y a la vez llena de pasiones y aventuras. Duermo en los parques que voy encontrando, o bajo los coches estacionados en las Stradas adyacientes al Bulevardul. No me voy lejos de ahí. Me sentiría despatriado, perdido.

A veces los pasantes me asustan, pero el guardia de la Oficina de Aviator me llama Negru – será que él también se acuerda de porqué me dicen así. Yo lo visito siempre, le hago companía y lo escucho cuando me habla y piensa que no lo entiendo. Y claro que lo entiendo, soy un perro inteligente. A veces me comparte la comida que le da su mujer. Es una senora simpática y gordita que lleva siempre las faldas largas y el pelo recogido. Le bendice cuando se va y le desea un buen día. Qué más necesita el Hombre para tener su buen día? Nada. Tan solo, como yo, los rumores de la ciudad, la luz del sol y la comida de la Senora. Estamos de acuerdo en éso.

Nací entre los cartones de la basura. Me dejaron ahí también cuando era pequeno; cuando supe buscar comida por mí mismo. Aprendí a reconocer los colores de la ciudad. Aprendí pronto y con muchos sustos, que el rojo significa „Alerta, Negru“. Fuera de éso aprendí también que para moverme, es más astuto seguir a los Hombres en las calles. Ellos parecen entender mejor las máquinas que se mueven tan rápidamente y pitan amenazantes en los cruceros. Mi mejor amiga es la luz y en las noches, cuando todo oscurece, busco refugio en los rincones de mi Ciudad. Mi Bucarest. La ciudad me pertenece. Nadie me prohíbe estar aquí. Por qué lo harían? Es mi casa y la conozco mejor que nadie.

Así, caminando, encontré a la Flaca. Es una perra que también llegó hace poco a mis calles. Cuando la vi por primera vez, supe que ella sí había tenido una vida perra. Pateada, mordida, abusada. Pobre Flaca. Se le cayó el pelo en algunas partes de su torso. Tenía la mirada triste y cojeaba de una pata... tenía  el hocico seco y supe por éso que tenía sed. Así nos hicimos amigos. Porque yo conozco las calles y sé donde la gente buena pone botes con agua para Callejeros como nosotros que tenemos sed. Era obvio que tenía miedo. Miedo de mí! De Negru! Y yo que soy el perro más pacífico del mundo. Pero la entiendo. Más de alguna vez me tuve que defender de otros Callejeros agresivos que quisieron pelear mi territorio. Pero soy grande, y fuerte... La Flaca me tuvo confianza después de un rato. Y así, entre jugueteos y alegrías, después de comer, me dejó olerla. Olía a madera, a especias... un olor de esos que se te meten por las narices y se riega en el aire. Nos detuvimos en el parque y me dejó montarla. No me pasa muy seguido, pero la Flaca y yo tenemos una conección especial.

Bucarest nos da mucho. Y nos quita todo cuando quiere. Cuando llueve demasiado, no se encuentra fácilmente un lugar seco para dormir. Hay que caminar y caminar y buscar las casas abandonadas, donde los Hombres estén demasiado dormidos como para espantarte. Ahí llevé una noche a la Flaca, porque tenía que tener a nuestros Callejeritos. El Bulevardul estaba inundado y el Guardia no me deja entrar a la caseta cuando estoy acompanado de la Flaca. Y así nacieron mis pequenos. Son cuatro. Al quinto lo tuve que sacar de la casa porque no abrió sus ojos nunca y la Flaca me dejó sin grunir que me lo llevara mientras ella daba de comer a los demás. Lo agarré con el hocico y lo saqué a la calle. No lo tiré... y mejor no quiero hablar de éso.

Ahora andamos por las calles todos. El guardia nos da más comida porque le parecen chistosos los moquientos cachorros que se rascan porque agarraron pulgas en algún lado. La Flaca y yo les ensenamos a reconocer los colores y los ruidos de las calles. A ir en las noches cerca de los restaurantes para encontrar comida y buscar las manos amigas que nos miren con carino.

Ahora ya los puedo dejar solos y me voy a explorar la ciudad como lo hice siempre. Y anoche, me pasó la cosa más extrana. Estaba en la Piata Universitatii con los cachorros y la oli. Era un olor de otro lado. Nunca lo había olido antes.  Llevaba el pelo suelto y la mirada completamente llena. La llevaba de la mano su Hombre. Con el paso firme y sonreían cuando se veían. Pensé en mi primera noche con  la Flaca y los seguí. Quería oler más de cerca su halo, su sentimiento, su herida. Quería sentir de cerca el calor que se transmitían y aprender, para amar así a los que me aman. Y los seguí. Y creo que se dieron cuenta. Trataron de ignorarme por un rato, pero ella no podía. La Mujer me hablaba en un idioma extrano que nunca escuché antes, pero yo sabía que ella se había dado cuenta de mi presencia. Soy Negru, le dije. Y ella me sonrió tristemente. Creo que le di lástima. Y yo quise decirle que me gustaba el olor del amor.  Y los dejé perderse tras la puerta, y esperé un rato, envuelto en el olor que dejaron en las calles. Y me fui después de regreso a buscar a la Flaca y a contarle con alegría, que había olido el amor.

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